12 ene 2013

DemonHunter



Todo empieza con una familia. Una importante familia de cazadores de demonios cuyos padres están enfocados en dar a sus hijos la mayor educación y entrenamiento posible. Ambos, Carolay y Samuel, se esfuerzan día a día para instruir a sus tres retoños en el combate contra las fuerzas oscuras. Ellos son una prestigiosa linea de sangre que según cuentan las leyendas poseen la sangre de ángeles mezclada con la humana. Los dos hijos mayores, Uriel y Andersen de 12 y 7 años respectivamente, están sometidos a clases todos los días lo que deja al pequeño Sam, un bebe de apenas 3 añitos, la mayor parte del tiempo solo.

El día de hoy no variaba de lo habitual, Sam estaba solo y como buen niño buscaba la diversión en cualquier rincón de la casa. Sus padres estaban atareados y él no vio impedimento en salir al jardín a correr entre los árboles de naranjo. Los árboles de baja estatura mostraban con recortadas copas con pintas anaranjadas de las frutas que próximamente serían recogidas. Su mirada del color del mar se perdió en todas las esferas coloreadas que colgaban de las ramas y se maravilló solo con empezar a contarlas. Como una canción de preescolar empezó a tararear los números ayudándose de los dedos pero su torpe cuenta se vio interrumpida cuando alguien llamó su atención tras la espalda.

Era una niña de su estatura y le ofrecía una paleta de caramelo en silencio. La inocencia de Sam no reparaba en nada, ni en el peligro al que se exponía un valioso hijo de cazadores por eso estiró su mano y la tomó encantado con una fresca sonrisa. Pero la mano de la niña fue fríamente cortada por los puñales de su padre y el pequeño rubio abrió sus grandes ojos con una expresión horrorizada que se bañó de lagrimas al instante. Gritó de pavor y enseguida fue privado de la masacre por los brazos de su madre que se lo llevaron de inmediato. El brazo que fue limpiamente cortado se descompuso y se evaporó como una sombra negra en cuanto el padre, Samuel, mató al demonio.

-¡Carolay! ¡Llévate a los niños! -Voceó él mientras se adentraba en el cultivo de naranjos, viendo en el cielo unas terroríficas nubes negras bajo las que volaban los ejércitos del infierno. Buscaban a sus hijos y los demonios no dudarían en arrasar con todo para conseguir devastar a los clanes de cazadores.

Carolay no dudó un instante y pese a llevar a su bebe llorando con más intensidad en cada sollozo aseguró las puertas y ventanas para dar una corta y rápida explicación a sus amados retoños.

-Niños, tenes que escuchadme bien. -Llamó la atención de los dos mayores que ya intuían la tensa situación que los acechaba. -Muchos demonios van a venir a haceros daño pero papa y yo no dejaremos que eso pase. Tenéis que iros ahora mismo en el tren del bosque. -Afirmó con una seguridad y poder capaz de amansar un león. Carolay siempre había sido una mujer fuerte, con poderes mentales que muchas familias envidiaban y en momentos críticos era donde mejor hacía uso de ese control mental, calmó a sus hijos y los guió corriendo por el pasillo hasta la puerta principal de la casa.

El tren del bosque los esperaba en la entrada, ese tren era especial, tan especial que solo aquellos con poderes mágicos y de alto nivel podían verlo, abordarlo. Los raíles por los que se deslizaban las ruedas eran brillantes y  translúcidos capaces de tomar cualquier camino volando por los aires como si fuese una máquina celestial. Los dos niños saltaron hacia el interior del vagón y la madre se desprendió dolorosamente del bebe que aun se aferraba al jersey en su pecho.

-Tenéis que ir a casa, estaréis a salvo allí. ¡Volved a casa! ¿Deacuerdo? Y cuidaos el uno al otro. Sed valientes mis niños... -Besó las frentes de los que estaban apunto de partir y ellos se le abalanzaron para abrazarla, estaban asustados y Uriel se esforzaba por cargar correctamente al pequeño Sam.

Fue Andersen quien divisó al enemigo entre el hueco que el hombro de su madre dejaba y gritó con todas sus fuerzas para avisarle del demonio tras ella.

-¡MAMA! -La voz se rompió del estremecedor grito y la rapidez del espadachín oscuro fue mayor a los reflejos de Carolay quien fue brutalmente apuñalada en el lado derecho de su abdomen.

La ropa blanca y de lana se ensangrentó, manchando el suelo del tren y con su último esfuerzo, ella, cerró las puertas del tren dejando se pusiera en marcha de inmediato. El demonio de la espada fue derribado por la barrera mental que la madre le otorgó al vagón y a sus hijos, los cuales solo pudieron contemplar horrorizados como su querida madre perdía la vida sobre la tierra del jardín.

"Volved a casa"

Su casa, el verdadero hogar, estaba muy lejos de allí pero el tren del bosque los transportó con la rapidez de un parpadeo y al frenar ellos aun no habían dejado de llorar. Sam se había desmayado, o dormido, pues había llorado muy intensamente. Con el instinto de supervivencia brotando por cada poro los hermanos agudizaron sus sentidos hasta ser precisos como una flecha.

Uriel desarrolló un poder increíble sobre la lluvia y las tormentas. Andersen, más nombrado como Andy se especializó en la tierra con su habilidoso poder sobre las raíces para manipular su crecimiento y controlarlas a voluntad. Por último Sam tardó el desarrollar su poder, pues quedó muy afectado con todo lo vivido en su niñez... pero fue a los diez años cuando descubrió la imponente fuerza que regia su magia. El fuego, el poder de incineración y la destrucción que marca un nuevo comienzo capaz de resurgir como el fénix. Allí residía su habilidad.

Ahora, en el presente... catorce años después de la tragedia, los tres han encaminado sus vidas por caminos distintos. Andy fue el primero en irse de casa, la casa de sus padres, bendecida hasta los cimientos por conjuros y barreras antidemonios. Él se fue porque se enamoró de la vida y salió del nido familiar para encontrar el amor. Con los veinte años conquistados Andy vive en el cetro de la ciudad en un apartamento normal y trabaja en una tienda de animales. Lo cierto es que pasa poco por casa... eso dice Uriel que justamente hoy esta despidiéndose del universitario Sam en la puerta de casa.

Uriel es un hombre responsable, desde que quedaron huérfanos tomo esa posición adulta de padre y como se esperaba de él ha encontrado una relación estable. Se encuentra de mudanza y Sam le ayuda a recoger todas sus cosas, transportar cajas... Mientras tanto hablan del pasado, del futuro, de anécdotas que recuerdan al recoger objetos simbólicos y envolverlos en papel de periódico antes de empaquetarlos.

-No se Samy... ¿Estarás bien solo? Mi casa no esta muy lejos, solo son dos calles pero aun así no puedo irme tranquilo. -Era la milésima vez de Uriel decía aquello en lo que iba de semana y su hermano solo pudo reír con un resoplido fastidioso.

-Deja eso ya. -Se burló golpeando con los nudillos en su hombro. -Voy a estar bien, no soy un inútil y encima tengo trabajo en la universidad ¿Recuerdas? -Sam se dedicaba a vender apuntes en la universidad, era un trabajo muy bien pagado para las pocas horas que se trabajaban.

-Esta bien, esta bien. -Respondió cargando a peso la última caja. -Ya me voy, pero ven en Navidad o en tu cumpleaños a mi casa... -Pidió mientras caminaban por el pasillo de entrada y el pequeño le abría la puerta. -Aunque vivamos separados seguimos siendo hermanos y tenemos que protegernos. -Rememoró las palabras que tan bien salían de sus labios pero que tal amargas sonaban si se recordaba en los últimos momentos de su madre.

-Si... ya lo se. Iré a visitaros, procuraré tirar a Andy de las orejas para que me acompañe. -Su hermano sonrió y dejó la caja en los escalones de la puerta para darle un abrazo.

-Nos vemos, cuídate mucho.

-¡Venga hombre! Solo vas a estar a dos calles, vete ya y cuídate tu también. -Esas fueron las últimas palabras de Sam a su hermano antes de verle partir en su coche lleno hasta de todo lo que uno recolecta a lo largo de los años.

Cuando el coche se perdió en la carretera cerró la puerta de casa y se apoyó en la misma dentro del hogar. Se sentía un poco solitario... tanto silencio.

¡POR FIN!

Siempre había sufrido la música altísima de Andy o los constantes ruidos en la cocina de Uriel que desarrolló un exquisito gusto culinario. Al fin estaba solo...y la paz reinaba en la casa, podía estudiar con una concentración total sin que nadie le molestase. Empezó el ascenso por las escaleras hasta su habitación y antes de poder cerrar la puerta de su cuarto el móvil de su bolsillo sonó resonando su melodía en la silenciosa casa.

Era un mensaje de Andy. "¿Se ha ido ya el plasta? Si montas una fiesta tienes que invitarme, enano!"
Suspiró ante esa fiestera personalidad de su hermano y guardó el teléfono, le contestaría en otro momento, ahora tenia que ponerse a estudiar para los exámenes parciales.


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